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OPINIÓN

Israel y Argentina: 75 años de hermandad

Desde sus orígenes, la fructífera relación entre Argentina e Israel nos hermana hasta el día de hoy.

Hace pocos días, tuve el enorme privilegio de recibir un libro que compila las primeras ediciones de las revistas de la Cámara de Comercio Argentino Israelí (CCAI), desde 1950 a 1954. A través de sus páginas, pude revivir cómo era el lazo entre los dos países desde el mismísimo principio. Fue un ejercicio muy esclarecedor, porque en la dinámica vertiginosa de todos los días uno pierde la perspectiva de cómo fueron esos orígenes de la fructífera relación entre Argentina e Israel que nos hermana hasta el día de hoy.

Eran tiempos desafiantes en el mundo después de la devastación de la Segunda Guerra Mundial, con su página más triste y dolorosa para toda la humanidad: la Shoá (el Holocausto). Pero la posguerra prometía un nuevo futuro. En Medio Oriente, el grupo de pioneros idealistas liderado por David Ben Gurión concretó un sueño anhelado durante generaciones: la creación de una patria que cobijara a los judíos de todo el mundo que desearan retornar al territorio al que habían pertenecido.

En ese contexto, el 14 de mayo de 1948 (5 Iyar de 5708, en el calendario judío) daba sus primeros pasos el Estado de Israel. David Ben Gurión, primer ministro y fundador de Israel, nos dejó una frase que resume perfectamente el sentido de esa gesta: “Una patria no es un regalo y no se adquiere por derechos y contratos políticos. No se compra con oro ni se conquista por la fuerza, sino que se levanta con sudor. Esta patria es la creación histórica y la empresa colectiva de un pueblo, el fruto del trabajo físico, espiritual y moral de sucesivas generaciones”.

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Del otro lado del océano, la República Argentina buscaba su lugar en el concierto de las naciones y había abierto sus puertas, desde fines del siglo XIX, a “todos los hombres del mundo” que quisieran “habitar en el suelo argentino”, como reza el Preámbulo de nuestra Constitución Nacional. Al momento de la fundación del Estado de Israel, numerosos inmigrantes europeos que profesaban la religión judía ya habían encontrado una calurosa acogida en nuestro país. Aquí, como tantas otras colectividades, fueron parte de los cimientos para la construcción de nuestra Patria, poblando nuestro extenso territorio. Entre esos laboriosos inmigrantes, un lugar destacado tuvieron los llamados “gauchos judíos”, símbolo de tesón y esfuerzo, que se establecieron mayormente en las provincias de Entre Ríos y Santa Fe. Localidades como Lucienville, Montefiore, Moisés Ville o Villa Clara, entre muchas otras, muestran el aporte que los colonos judíos –que huían de persecuciones en Rusia y distintas zonas de Europa– hicieron a la construcción de nuestro país, que siempre se caracterizó por la convivencia de credos, culturas y religiones diversas en armonía y paz.

La República Argentina fue uno de los primeros en el mundo, y ciertamente el primero de América Latina, en reconocer al nuevo Estado que nacía en Medio Oriente y en establecer con él vínculos diplomáticos el 14 de febrero de 1949. Fue el gobierno del presidente Juan Domingo Perón el que puso la semilla de esta fructífera relación.

nombrando al Dr. Pablo Manguel como primer embajador argentino en Israel. “Festejamos el advenimiento de vuestra Nación lejana y lo hacemos no solamente como el alumbramiento de una nueva aurora para el pueblo de Israel, sino de una paz que ha de comenzar a reinar en el Medio Oriente para felicidad de judíos y árabes, paz que ha de llenarnos de satisfacción a nosotros, que somos un pueblo comprensivo y pacífico, que no cree en otras conquistas que en las del saber y del trabajo”. Estas palabras del general Juan Domingo Perón, pronunciadas en 1949, expresaban cabalmente el sentir del pueblo argentino.

Lejos de ser un voto de compromiso en las Naciones Unidas o de constituir un mero acto formal de nuestra Cancillería, la apertura de los lazos entre nuestro país y el Estado de Israel se tradujo en pasos concretos. Hubo, desde el inicio de nuestra relación bilateral, un impulso decidido por profundizar el intercambio comercial bilateral, columna vertebral de una fructífera agenda que tuvo en la CCAI un actor central. No es casual que la Cámara tenga la misma edad que el Estado de Israel. En su primer número, allá por julio de 1950, la histórica revista de la CCAI afirmaba: “Argentina abre a Israel las puertas del Río de la Plata, con su enorme zona de influencia, para el intercambio comercial.

así como Israel, con el puerto de Haifa, abre a la Argentina y a su producción las puertas del Cercano Oriente, dada su estratégica ubicación en el Mar Mediterráneo. Contemplemos, pues, a la Argentina y a Israel, en la actitud de dos Estados amigos, en condiciones de asistirse mutuamente por medio del comercio, impulsando sus progresos materiales y robusteciendo espiritualmente su tradicional amistad”.

Pero no solo fue el comercio el punto de intercambio y de unión entre nuestros dos países y entre nuestros dos pueblos. Israel también dio muestras de su generosidad con el pueblo argentino antes y durante el conflicto del Atlántico Sur. De hecho, fue el país que más nos apoyó para vencer los bloqueos de armas a la que la comunidad internacional nos había sometido al comenzar la guerra. Los cazas M5 Dagger y el entrenamiento de pilotos argentinos en tierra israelí y en nuestra nación fueron claves para que nuestra Fuerza Aérea pudiera hacer frente a la segunda potencia de la OTAN en una contienda desigual. “El Dagger no nos falló nunca”, destacaba uno de esos heroicos pilotos argentinos que combatió en 1982.

En estos 75 años, a pesar de los vanos intentos de distintos actores nacionales e internacionales por poner piedras en el camino del excelente vínculo que supimos construir Argentina e Israel, la relación bilateral se mantuvo inquebrantable. También, como he dicho en otras oportunidades, los dos brutales atentados perpetrados por un Estado extranjero, primero contra la Embajada de Israel y, luego, contra la sede de la comunidad judía (AMIA), pusieron a prueba la solidez de la relación entre nuestras naciones. Si el objetivo era sembrar el terror y distanciar a nuestros pueblos, solo lograron lo contrario: consolidar más aún nuestro vínculo de hermandad y solidaridad entre nuestros países.

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