Patria: ¿El problema es político o económico?

Por Juan José Sagardía
Luego de treinta y nueve años desde que vivimos el reinicio de la democracia, si analizamos en qué situación nos encontramos en nuestra patria, y si nos animamos a buscar una definición, sería a modo de interrogación: ¿Cuál es el problema que aqueja a nuestra patria? ¿Es político o económico?

Si escuchamos a todas aquellas opiniones que se dan sobre nuestra realidad, muchas dicen que nuestro principal problema es el económico, pero desde mi punto de vista el gran problema es el político. En treinta y nueve años hicimos «percha» a nuestra Organización institucional y económica. ¿Que nos pasó?

Fracasamos por falta de capacidad de administración. Los políticos que nos gobernaron no tuvieron la capacidad de administrar los bienes del Estado y por ende los bienes de los ciudadanos argentinos.

Dejaron hacer gestiones sin un asidero verdadero del respeto al trabajo ejercido por todos los ciudadanos, cualquiera fuere su actividad. Administraron el Estado como si la riqueza obtenida por el trabajo se pudiera vilipendiar, sin un atisbo de lo que es administrar los bienes ajenos, que de buena fe el pueblo le entrega al administrador de turno. Y estos nunca supieron rendir cuentas como corresponde.

Ahora me pregunto… ¿Quiénes fueron los que nos administraron, que lograron convertir a un país productivo en uno sin futuro ni reserva? ¿Qué hacemos para salir del pantano al que nos llevaron? ¿Quiénes fueron y son los responsables de tan grande desbande? Alfonsín, Menen, De la Rúa, Duhalde, Kirchner, Fernández de Kirchner, Macri, Fernández, estos fueron y son los administradores y responsables de nuestra realidad actual.

¿No tenemos nada para decir? ¿Ni siquiera de los que los acompañaron, como ser los gobernadores? ¿O de los senadores y diputados nacionales? Incluso de quienes supuestamente estaban para controlar por ser oposición. Esto se asemeja a la función cumplida por las justicias provinciales y nacionales, porque en la maraña de la corrupción, parece que nadie es corrupto.

Para muestra basta un botón: en Entre Ríos se logra juzgar a un ex gobernador y en lugar de respirar aire fresco se descalifica y se degrada a la fiscal que metió su nariz en el estiércol. Otro caso: el presidente dicta durante la cuarentena un DNU y él mismo, en los momentos mas difíciles, con una acción que se denominó «La Fiesta de Olivos», pisotea lo que firmó con obligación de ley para toda la sociedad argentina. A él no se le aplica su propia ley. De hecho, el juez interviniente queda sin comentario y la Corte Suprema no lo suspende de sus funciones, así como tampoco toma una posición con Entre Ríos.

Tomo como ejemplo «vergonzoso» lo que Mafalda describió hace años: «Hemos ahorrado tanto en educación, que somos millonarios en ignorancia». Sería bueno que alguien que no pisó el estiércol de la corrupción en estos treinta y nueve años, desmienta esta mención.
En 1983, el gobierno constitucional formó un consejo de notables, la llamada Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (más conocida como Conadep), para analizar lo sucedido en la guerra de las Fuerzas Armadas contra la subversión. El informe final de su investigación se llamó «Nunca Más». Qué bueno sería hacer ahora un consejo de notables para solicitarles a todos los políticos que estén vivos -cualquiera sea la función de gobierno que hayan ejercido- una explicación para determinar qué responsabilidad les cabe en esta tragedia en la que nos encontramos.

Nuestra patria en algunos meses deberá empezar a seleccionar a los próximos candidatos. Podemos y debemos mejorar el proceso institucional, o sea el problema político. ¿Cómo lograrlo? Sin corrupción. Por eso les dejo la siguiente reflexión: hubo un «Que se vayan todos», ahora es el momento de pensar en un «Que renuncien todos».
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